La gamificación consiste en aplicar elementos propios
del juego —como puntos, niveles, desafíos o recompensas— al entorno educativo.
Su objetivo es incrementar la motivación, la participación activa y el
compromiso de los estudiantes, promoviendo un aprendizaje más significativo y
sostenido.
Al incorporar mecánicas lúdicas, los estudiantes se
sienten más involucrados en su proceso de aprendizaje. Esto genera emociones
positivas que activan la dopamina, neurotransmisor asociado al placer, la
atención y la memoria. Así, el contenido deja de percibirse como una obligación
y se convierte en un reto estimulante.
La gamificación también permite la retroalimentación
inmediata, lo que fortalece la autoevaluación y fomenta la perseverancia.
Herramientas como Kahoot!, Classcraft o Duolingo han demostrado que aprender
puede ser tan entretenido como jugar un videojuego, con impactos reales en el
rendimiento académico.
Conclusión:
Lejos de ser solo una moda, la gamificación se perfila como una estrategia
pedagógica transformadora. Al integrar el juego en el aula, no solo se mejora
la experiencia educativa, sino que se cultiva una actitud más positiva hacia el
aprendizaje, esencial en la formación de estudiantes autónomos, creativos y
motivados.
Cita:
"El juego no está reñido con el aprendizaje. Al contrario, es una de
las formas más naturales de adquirir conocimientos en la infancia y más
allá." – Jane McGonigal, diseñadora de juegos y autora de Reality
is Broken.
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